Claudia Baeza Rosales[1]

Resumen: El discurso de la época y las lógicas contemporáneas funcionan clasificando y etiquetando todo lo que no está del lado de la norma y de lo ya establecido. La infancia se atraviesa hoy en un mundo de etiquetas y de patologías, donde no hay cabida para lo subjetivo, donde todo lo que se muestra del lado del sufrimiento y de la angustia viene a ser clasificado en un síndrome, trastorno y/o espectro.

Palabras claves: niños (as)- infancia – diagnósticos – constitución subjetiva

 

“Donde el lenguaje se detiene lo que sigue hablando es la conducta” Francoise Dolto.

Desde una mirada psicoanalítica, hablar de niños/as es hablar de procesos y de estructuración subjetiva. Es decir, un niño es un psiquismo en construcción, en estructuración, que se da en un contexto histórico-social determinado y en relación con otros que son fundamentales.

Los vínculos y relaciones que los niños arman con su entorno dan origen a un entramado de vivencias, donde la construcción subjetiva está ligada y se origina a partir de estas, es decir, desde una historia.

En este sentido, hablar de infancias es referirse también a un universo simbólico, de lo singular y lo plural, en relación al lenguaje y a los discursos donde los niños se van conformando sujetos.

Pensamos al niño/a como un aparato psíquico en construcción, Freud (1890), señala que el yo es ante todo un “yo corporal”, que se constituye en los encuentros con el otro, otro fundamental que tiene como función el cuidado del bebé y ayudarlo a protegerse de los estímulos tanto externos como internos, mediante “acciones específicas” que posibilitarán la constitución de una barrera anti-estímulo que permitirá defenderse de los grandes montos de displacer.

Aulagnier, (1975) propone que en los comienzos de la vida, es la madre en su función de portavoz quien dona al niño ciertos enunciados identificatorios que anticipan un yo que está por advenir. Madre como dimensión hablante, que a través de estos enunciados da la posibilidad al infans de habitar un cuerpo y una psiquis. Madre que otorga y ofrece sentido al infans, anticipando el advenimiento del yo. En su función de portavoz entonces, da lugar a un ser hablado, que luego hablará para sí.

Esto es lo que la autora comprende como sombra hablada por otro. Otro que interpreta según su propio deseo las necesidades del infans, necesidades biológicas y necesidades psíquicas que otorgan luego la posibilidad de la demanda.

Visto de esta forma, el niño en un primer momento dependerá de los otros tanto para la constitución de un cuerpo, como para su constitución psíquica y subjetiva. Comprendemos desde acá que el cuerpo biológico, la psiquis y la subjetividad están y permanecerán anudados desde los primeros momentos de la vida.

Siguiendo a Aulagnier, (1975) a través de esta sombra hablada, se le impone a la psique ajena un pensamiento, acción o elección producidos por el deseo de quien lo impone, en un primer momento la madre, que da respuesta a una necesidad en quien le es impuesto, el hijo/a, lo que fue definido por la autora como violencia primaria. Es así, como se consigue la unión entre el deseo de uno y la necesidad del otro, dando lugar a la demanda.

Lo que esa madre interpretará del niño/a también está vinculado a los discursos que se digan de ese niño/a. Desde acá, entendemos que los discursos de la época tienen una influencia importante en la construcción de la subjetividad y de los vínculos.

Ahora bien, en la actualidad, los diagnósticos, tratamientos farmacológicos y/o las clasificaciones, son precisamente un discurso que encontramos en casi todos los dispositivos e instituciones que trabajan con las infancias. Tanto en jardines infantiles como en escuelas, los niños/as son derivados a profesionales especialistas en “trastornos” de la conducta, de atención, entre otros. Parece que vivimos en un mundo de déficits o de excesos, donde queda escasa cabida para la diferencia y donde los niños/as deben acomodarse a normas ya establecidas.

Iriat e Iglesias Rios (2012), proponen pensar esta cuestión utilizando una categoría construida por Clake (2010): la “Biomedicamentalización” del sufrimiento infantil que pone en evidencia los cambios profundos tanto socio-políticos, como políticos e ideológicos-culturales que van transformando nuestra sociedad. “La medicalización implica la expansión hacia el campo médico de problemas inherentes a la vida. La biomedicalización supone la internalización de la necesidad de autocontrol y vigilancia por parte de los propios individuos, no requiriendo necesariamente de la intervención médica”[2]

Padres y familias muchas veces llegan a la consulta de profesionales con sus hijos/as y salen de ésta, luego de una o más sesiones, con un “niño/a autista, TDAH[3], depresivo, TOD[4]” y además con un listado de medicamentos y de preguntas que probablemente buscarán en internet para entender qué es lo esperable o no para niños con las características que le han sido adjudicadas/diagnosticadas. Siendo muchas veces la medicación la única intervención.

Luego, en el mejor de los casos, se abre una pregunta que intenta buscar, al mismo tiempo que decir algo más allá de ese diagnóstico. Es en los casos en que se abre una interrogante clínica y con ella la posibilidad de ofrecer algo más que una etiqueta, un camino pre-construido y una receta u orden médica.

Volviendo a la idea del niño/a como un sujeto en construcción. El primer aparato psíquico esbozado por Freud, aquel de la carta 52, es un aparato mnémico, un cúmulo de memoria. Luego, al avanzar su obra, Freud (1901), propone que las percepciones que llegan hasta nosotros dejan en nuestro aparato psíquico una huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica, cuya función es la que denominamos memoria. Huella, que no podría consistir sin modificaciones permanentes del sistema. Por tanto, memoria inacabada siempre, ya que a medida que permanece se va modificando con las huellas del presente. Lo que hace viable entonces el trabajo analítico, ya que en base a esto se piensa en la posibilidad de construir un pasado y en esa construcción, modificarlo.

Desde allí, es dable preguntarse ¿qué pasa con estos diagnósticos que hablan del niño/a sin parecer considerar sus huellas y memoria?, ¿Qué sucede con estos rótulos que muchas veces se plantean como fijos cuando hablamos de un aparato psíquico modificable? y por último, ¿qué pasa con las huellas que dejan estos mismos diagnósticos en el psiquismo del niño/a?

Una de las dificultades que encontramos, es que muchas veces estos diagnósticos vienen a intentar responder algo del ser de ese niño/a, operando como enunciados identificatorios que vienen a llenar de interpretaciones y de significaciones la vida de ese niño y el vínculo con su entorno. Si estos enunciados son fundantes de la escena en la que adviene el Yo, tienen consecuencias en la construcción subjetiva.

En estos casos la subjetividad, así como el vínculo entre esos padres y esos niños, se pueden ver perjudicadas al tratarse de etiquetas que dejan al niño/a ubicado en el lugar de la patología, sin dejar espacio para pensar que estas conductas responderían a un tipo de sufrimiento.

Encontramos que en la actualidad lo que está del lado del sufrimiento y de la angustia no puede nombrarse sin ser clasificado en un trastorno, espectro, síndrome. Junto a esto, las lógicas del mercado van clasificando, patologizando los procesos que se consideran fuera de norma, procesos de duelos, de angustias, y la vida misma.

Siguiendo a Janin, (2004), a propósito del TDA/TDAH:

“Se suelen poner rótulos, reduciendo la complejidad de la vida psíquica infantil a un paradigma simplificador y biologizante. En lugar de un psiquismo en estructuración, en crecimiento continuo, en el que el conflicto es fundante y en el que todo efecto es complejo, se supone un “déficit neurológico” (p.13).[5]

Se hace necesario destacar que no es lo mismo hacer un diagnóstico para trabajar en el sufrimiento de un niño o niña, y de una familia, que etiquetar y clasificar con un nombre que anula los padecimientos subjetivos. Cuando se realiza un diagnostico basado sólo en los comportamientos observables y no hay una búsqueda de las diversas causas que pueden estar detrás de ciertas conductas del niño, hay un riesgo de que el sufrimiento infantil quede anulado y de que no se aborden los problemas que pudiesen estar ocasionando el malestar en el niño que es manifestado en conductas indeseables para los adultos.

Cuando no hay preguntas que apunten al niño/a en su particularidad y por sobre esto se pone un diagnóstico, una clasificación que viene a dar cuenta del niño y de lo que le pasa, es muy frecuente que el foco o el problema se ponga sólo en los comportamientos de los niños que para los adultos resultan difíciles de tolerar, sin dar cabida al malestar del niño, sin generar una pregunta por su sufrimiento; ¿A qué podrían responder sus “pataletas”? Incluso se podría preguntar ¿Qué son las pataletas?, pareciera que en el discurso coloquial éstas tienen cierto componente desubjetivante.

Aulagnier, (1975), propone que grandes cantidades de displacer pueden provocar un deseo de desinvestidura, que vendría entonces a desinvertir un órgano o una parte del cuerpo, o algún elemento que quede asociado a ese sufrimiento. Desde acá, podríamos preguntarnos si en algunos casos lo que es entendido como falta o déficit, no pueda estar ligado a un tipo de padecimiento sostenido en el tiempo.

A su vez, Dolto, (1974), señalaba que un niño al cual le cuesta aprender ve implicada su capacidad de curiosidad, como también de preguntar y muchas veces esto se debe a que hay algo “no dicho” dentro de la familia, algo que al niño le ha sido oculto y que está a la base de muchos sufrimientos infantiles, que luego pueden manifestarse como ciertas dificultades en la capacidad de aprendizaje.

Winnicott, (1965), propone que cuando el ambiente falla en la oferta de sostén emocional y físico, cuando se produce esta falla en los cuidados el niño puede verse invadido por intensos montos de angustia que se manifestarán en la forma en que el niño (a) se vincule con el mundo que lo rodea.

Es posible señalar, que hoy en día encontramos una infancia sobre-diagnosticada con tratamientos que apuntan a eliminar los síntomas de los niños/as. Somos parte de una sociedad con infancias tempranas medicalizadas y somos también testigos en la consulta, de que muchas veces los niños llegan apresados en un diagnóstico que excluye la pregunta por su subjetividad, por la historia particular de ese niño/a y precisamente, si algo nos ha enseñado la clínica y el psicoanálisis, es que si sólo acallamos el síntoma en la infancia, éste puede eclosionar en la adolescencia, porque los conflictos seguirán a la base.

Si estamos frente a un niño/a que se mueve mucho o que habla sin parar o al contrario, frente a un niño/a que parece ausente, habría que preguntarse: ¿Qué podría estar afectando a este niño/a que no logra atender, conectarse o interesarse por la realidad externa?

¿Habrá una necesidad en ese niño/a que se mueve mucho de atraer la atención de sus padres? ¿Existirá una dificultad para investir la realidad externa? ¿O estamos frente a un niño donde hay un exceso de presencia de procesos psíquicos primarios, lo que implicaría una dificultad en la relación con el mundo externo?

Frente al niño/a que no aprende en la escuela, por ejemplo, ¿Existiría algo “no dicho” que impida al niño/a preguntarse por su propia historia y así generar preguntas que implican la curiosidad, elemento necesario para aprender?

Respecto a esto Freud en “Más allá del principio del placer”, plantea que el niño a partir de la repetición intenta dominar lo displacentero, pero cuando la experiencia displacentera no logra ser ligada a otras representaciones puede producir un desborde pulsional. Si el niño no cuenta con un otro que logre limitar estas mociones de energía y que lo ayude a construir esta barrera anti-estimulo, a hacer un borde, nos encontramos con niños desbordados.

Gisela Untoiglich (2012), frente a esto menciona lo que justamente no sucede es hallar la significación para aliviar al paciente, cuando se concibe el síntoma o fenómeno solamente como una categoría, dejando entonces obstaculizado la posibilidad de ligar lo que ha quedado desligado.

En relación a esto, podemos pensar que ahí cuando la palabra no estuvo, cuando el lenguaje se detiene, como dice Dolto (1987), los niños hablan a través de su conducta y esto muestra un tipo de sufrimiento psíquico, algo que en ciertas circunstancias impide detenerse, que deja al cuerpo des-atado o que puede en algunos casos dejar al niño en una ausencia de mirada y de palabra.

Es necesario entonces, interrogarnos sobre los diagnósticos tempranos, cuestión que ha ido tomando fuerza como si fuese un aporte necesario y legítimo clasificar desde la más temprana infancia todo lo que se escapa a lo considerado como “normal”. Cuestionarnos que un diagnóstico temprano, puede correr el riesgo que en lugar de acoger el sufrimiento infantil, venga a obstaculizar el proceso de constitución psíquica de ese niño/a, actuando como un enunciado identificatorio que lo reduzca a una etiqueta, dejándolo con un camino pre-pensado para él, pre fijado a eso que se dice que él es, predisponiendo a los padres a desear un único camino posible para ese niño y esperando que responda también a esto. Interpretaciones que la madre o sus adultos podrían también, desde este diagnóstico, aportar dejando a los niños atados y ajustados a una clasificación que no está al servicio de una escucha del verdadero malestar subjetivo de ese niño/a y de esos padres o sus cuidadores.

Mara tiene 8 años y llega a la consulta diagnosticada con TEA. Al preguntarle a la madre por su hija responde: “ella como es TEA, no respeta las normas”, “ella no te mira, porque es TEA”, “el médico me dijo que quizás esto de las pataletas no mejorarían, porque como tiene un TEA”.

¿En qué le contribuye a esta niña y a esta familia este diagnóstico además de imposibilitar que su madre la piense más allá de este rótulo, que en este caso ha funcionado como lo que viene a responder todas las preguntas sobre esta niña, sin dejar espacio alguno para si quiera desear algo distinto para Mara?  ¿Dónde hay una interrogante sobre las causas subyacentes a su sufrimiento?

Podríamos pensar que la ayuda dirigida al niño/a, más allá de establecer un diagnóstico, tiene que ver esencialmente con interesarse por la historia subjetiva de ese niño, entender en qué contexto se ha ido constituyendo y en qué modos de relación transita. Desde acá ir pensando sus intereses, la historia de su nacimiento, el lugar que ocupa dentro del sistema de parentesco, lo que ser niño o niña puede significar o no para su madre, su padre, sus abuelos, para su grupo familiar.

Es importante pensar las infancias entonces, como un tiempo de construcción psíquica y subjetiva. Al mismo tiempo que como instancia dónde se instalan huellas que conformarán la memoria, donde los otros son fundamentales. Y desde allí, cuestionarnos el efecto del sobre-diagnóstico y sobre-medicalización de las infancias.

 

Referencias bibliográficas

– Aulagnier, P. (1975). La violencia de la interpretación.

  • Dolto, F. (1974). Psicoanálisis y pediatría. México: Siglo XXI Editores.
  • Freud, S. (1901). Psicopatología de la vida cotidiana. O.C. Vol VII. Amorrortu, Buenos Aires, 2006.
  • (1920). “Más allá del principio de placer”. O.C. Vol. 18. Buenos Aires: Amorrortu, 2003.

– Janin, B. (2003). “Niños desatentos e hiperactivos”, ADD-ADHD: reflexiones críticas acerca del trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad. Noveduc, Buenos Aires, 2014.

  • Untoiglich, G. (2013) y otros. “En la infancia los diagnósticos de escriben con lápiz: la patologización de las diferencias en la clínica y la educación”. Buenos Aires, Noveduc, 2019.

 

 

[1] Psicóloga clínica de la Universidad Andrés Bello. Magister en psicología clínica mención psicoanálisis de la Universidad Adolfo Ibáñez e ICHPA. Formación en psicoanálisis vincular, grupos, familias e institución en Apsylien, Francia. Formación en Psicoterapia Institucional en Clinique de La Borde, Francia y en dispositivos Casas Verdes de Francoise Dolto, Francia. Analista en formación en ICHPA. claudia.baeza.rosales@gmail.com

[2] Untoiglich, G. (2013). “En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz”, pag. 61,, Buenos Aires,  Noveduc

[3] Trastorno por deficit atencional con hiperactividad

[4] Trastorno oposicionista desafiante

[5] Janin, B. (2003), “Niños desatentos e hiperactivos”, ADD-ADHD: reflexiones críticas acerca del trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad. Noveduc, Buenos Aires, 2014.